Mini-Capítulo: 21 y 1/2

Por primera vez en mucho tiempo, Vernie Vega sintió miedo.

Ya estaba en la jefatura de policía, en la oficina del jefe, en la segunda planta. Miraba a la ciudad por la ventana, a los medios de comunicación que convergían en el lugar como abejas a la miel. Matthew no sería capaz de intentar algo con tantos testigos, pensó. Una medida valiente e inesperada, superando todavía al improbable escape de la tumba en la que lo había dejado. Pero aquí, con todos los policías de la ciudad aparte de los guardaespaldas que se llevó –vestidos de SWAT- a la casa donde lo capturaron, no había nada que pudiese hacer. No tenía modo de armarse, modo de atacar, de responder a todo lo que el rencor le ordenaba que hiciera. Y si conseguía una pistola, lo matarían mucho antes de que pudiese acercársele.


¿Por qué, entonces, esa inseguridad?


Deseó poder entrevistarse con Stark en ese preciso instante y darle fin a todo esto de una vez.


Sobre ellos, el ventilador giraba sus aspas, puntuando los momentos y el silencio, con todos los hombres alrededor del escritorio, esperando a que el alcalde de la ciudad les dijera que todo iba a estar bien. Se quedaron esperando.


—¿Y entonces? —preguntó Shaw— ¿Qué nos toca?


Vega no se dio la vuelta. No reaccionó. Shaw se figuró que el pretencioso hijo de puta se estaba quebrando. Sabía que Vernie Vega era un hombre con las manos metidas en sombras porque todo hombre poderoso lo es, pero sólo hasta ahora se preguntó si Vega no era el que más tenía que perder. Primero esa “orden” de que dejaran a Stark correr su curso, con ese tono de indiferencia a la potencial muerte del ex-fiscal, algo demasiado impropio en él. Luego el atentado de un hombre del ruso. Y cuando al final le vinieron con la noticia de que Stark estaba muerto, Shaw sabía que era una mentira. Para comprobarlo, aquí estaba John Huston, un chulo palurdo que nada tenía que ver en una reunión privada entre burócratas.


Si Vega mandó el asesinato de Stark, no cambia nada, se concluyó Shaw. Todavía Stark debía morir. Lo interesante estaba en que ahora podría investigar en privado al alcalde. Hasta exponerlo. Hasta hacerlo llorar en algún calabozo. Se imaginó emergiendo de esa escena convertido en héroe, parado en una excelente plataforma no para la alcaldía, sino para la gobernación.


—No quiero interrumpirlo en sus pensamientos, alcalde, pero la situación es delicada —dijo Huston, parado y con un cigarro en la mano. Tenía la cara llena de vendas pequeñas y un ojo hinchado.

—Él sabe que es delicada —contestó Miller.


De todos ellos, Miller era el más opaco. En la esquina estaba el fulano Mick, que bien era un investigador privado o un asesino a sueldo pero, con la actitud desprendida de los asesinos, no parecía dedicarle mucha importancia al asunto como lo hacía Walt. Tenía las manos sobre la mesa, sentado frente al escritorio, con los dedos entrelazados en un gran puño. La sombra que pesaba sobre él no parecía venir de la iluminación.


—Entonces hay que hacer algo —volvió Huston—. Tengo que responder por qué Stark no estaba muerto en uno de mis locales y no sé qué tengo que decir, ¿que no sabía nada, que era un malentendido? ¿Qué coño digo?

—Te vas a quedar callado hasta que el jefe te indique tu parte —dijo Mick.


Huston pareció darse cuenta en ese momento de que otro hombre estaba con ellos. Su respiración dio un brinco, como lo habría hecho si hubiese visto a un espectro emerger frente a él. Como no supo de qué modo dirigirse al extraño, no lo hizo. Volvió a Vega:


—Yo quiero protección —dijo—. Guardaespaldas.

—Si quieres guardaespaldas, te los pagas —dijo Shaw.

—Quiero protección del Estado.

—¿No quieres cinco millones en la cuenta también?

—Eso me haría feliz, sí.

—¿Quién invitó a este?

—Relájate, Huston —Vega se había girado sin que nadie se percatara—. Stark no va a salir nunca de prisión. Lo tendremos vigilado las veinticuatro horas y el fiscal aquí va a dirigir personalmente su procesamiento. Lo mandaremos a la cárcel así tengamos que endeudar hasta a los nietos. Y cuando se lo estén llevando a prisión, aparece un misterioso asesino que esta vez le da en la cabeza. Y es el final de la historia con Matthew Stark.


Se inclinó sobre el escritorio.


—Va a funcionar si todos ustedes juegan su papel sin preguntar. Y como no lo hagan, créanme por el honor que me caracteriza que haré de sus familias el grupúsculo más triste y deprimente sobre este planeta.


Preguntar si estaba claro no hacía falta, era obvio que sí. Cada uno de los hombres pensó que esta sería una guerra fría en la que uno del grupo sería sacrificado, pero nadie se tomó a sí mismo como la ofrenda.


Y cuando parecía que ya existía un rudimentario, pero inexpugnable plan para contrarrestar la crisis, las luces se apagaron y la alarma contra incendios se hizo escuchar.

—¿Qué coño? —se paró Shaw, sacando su pistola.
—Un incendio —Miller volteó a la puerta cerrada de la oficina—. Debe haber un incendio.

—Un incendio aquí no, es ridículo.

—Es él —concluyó Verne y todos comprendieron que era así.


El matón de Vega sacó su revólver y se fue a la puerta.


—Vamos, con mucha calma, tenemos que sacar al alcalde de aquí.

—¿El alcalde? —se levantó Miller— ¿Y nosotros qué?

—Hay que matar a Stark —dijo Verne Vega y cruzó la habitación.


De su espalda se produjo una pistola y los ojos de los demás fueron de su rostro a esa pieza de metal que brillaba, siendo cargada en su mano.


—Esto se acaba hoy —dijo—. Shaw, manda a todos tus policías contra él, no será capaz de matar a un hombre de uniforme.

—Yo no estoy tan seguro ---interrumpió Huston.

—¡Cállate! —Vega lo golpeó con la pistola a un lado de la frente.


John Huston cayó sobre una rodilla, con una mano sobre la herida.


—No quiero escuchar ni las preguntas ni las opiniones de nadie aquí, ¿ok? —dijo Vega— Ahora salgan, yo mando a mis guardaespaldas, ustedes a su gente y si es necesario arrojar a algún civil a la línea de tiro, lo hacen. Vamos, andando.


Y el alcalde se quedó parado junto a la puerta hasta que los cuatro hombres salieron.




* * *



Estando ya en la primera planta, entre la multitud que iba y venía, la gente que trataba de escapar y los agentes que querían aclarar la situación, John Huston se escabulló a un lado. Sólo Walt Miller lo vio, retirándose a uno de los pasillos, a una ventana abierta por la mitad. Trató de empujar hacia arriba pero el cuadro en el que estaba enmarcado el cristal no se movió. La marea de cuerpos que iba y venía parecía indiferente a su inusual y obvia actividad. Metía una pierna por la ventana y luego trataba con otra. No cabía, se arrodillaba y trataba esta vez con los brazos.


Miller se acercó hasta tenerlo enfrente. Huston lo vio, se limpió el sudor de la cara y siguió con sus intentos.


—¿Qué estás haciendo, maldito maricón cobarde? —preguntó.

—¿Qué parece?

—Tú--- no. Tenemos a Stark atrapado, tenemos que ir por él. Esta es la oportunidad.


Huston paró las maniobras. Jadeó frente al fiscal.


—¿Tú eres retrasado? —dijo— Eso es justo lo que él quiere que creas. Los está esperando ahorita con la pija tiesa y una sonrisota, te lo garantizo.


Se golpeó la sien con los dedos índice y medio.


—Úsala.

—Ese perro… el maldito no se atreverá a tocar a Vega. No es tan estúpido.

—Mira, mariquito: piensa lo que te dé la gana. Ese cabrón lleva una semana matando a mal paridos sin parar. Si después de eso, tú crees que eres un copito de nieve único y especial y que de algún modo tú tendrás suerte donde los demás no, pues qué lindo, buena suerte, yo te llevo flores al cementerio.


Volvió a su ventana.


—Por lo que a mí respecta, estoy claro con las apuestas.

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