Era la emboscada que sabía me estaba esperando y que de todas formas me tomó desprevenida. Sentado sobre el escritorio de nogal, Miller. Detrás de él, en el asiento que le servía de trono, Shaw. Fiscal de distrito y jefe de policía, un dueto de narcisistas con tanta honradez como escrúpulos.

—Qué lindo —dije—. Una reunión familiar. ¿O es una intervención?
—Este es un mal momento para ponerte graciosita con nosotros, ¿ok, fiscal? —Shaw me señaló con un puño. Uno de los dedos era un cigarro, su peste mezclándose con el aroma a café, sudor y noches sin dormir.
Joe Shaw llevaba gemelos a juego. Era más vanidoso que listo y entre más tiempo pasaba, más la corrupción en su ética le brotaba como acné en la piel. En un año, este hombre se lanzará como candidato a la alcaldía de la ciudad; la prepotencia necesaria se le veía en los ojos.
Me senté donde me tocaba.
—Muy bien, princesa —dijo Miller. También tenía un cigarrillo encendido—. Voy a ir al grano…
—Sabemos que te tirabas al hijo de puta de Stark —Shaw ladró, el ojo incandescente del cigarro enfocado en mí—. Si se va a poner en contacto con alguien, va a ser contigo.
Crucé las piernas.
—¿Cigarrillo, Beaumont? —me ofreció Miller y yo acepté.
—Lo que el fiscal Stark y yo hayamos o no hecho, no le concierne a nadie y mucho menos a usted, Joseph Shaw.
—Métete tu… —Shaw se quedó en blanco por varios segundos, hablando con la sangre y no con el cerebro—. Mira, puta, cuando hables con Stark, dile que se rinda.
—Yo no hablo con Matthew.
—¡Entonces lo buscas! —Shaw se apoyó con ambas manos sobre el escritorio. La corbata le colgó como una lengua que le caía de la tráquea— Convéncelo de que se rinda, de que esta cruzada es un disparate.
Si tan solo supieran que ya lo había intentado. Nadie podía negociar con Matthew; se había vuelto una fuerza de la naturaleza. No había forma de negociar con él.
—Eso no va a funcionar —dije.
—¿Por qué no? —preguntó Miller.
—Porque está loco. El hombre que conocimos no es el que está allá afuera. ¿No han pensado en qué estado mental tiene que estar alguien para desembocarse contra cualquiera que él crea que le hizo mal? Ustedes me están pidiendo que lo consiga de alguna manera y le haga razonar. A él. A un hombre que sí, traza planes y piensa a sangre fría, pero explicarle por qué debe detenerse sería como explicárselo a un tiburón, a un lobo. Algo le cambió. Por dentro. Su naturaleza ya no es la misma.

Shaw carraspeó, chupó del cigarro y se reclinó en su trono, haciéndolo crujir bajo su peso. El sol al extremo del cigarro brilló con aura naranja, ocultándose después en un chorro de tinta humeante.
—Loco —dijo—. A mí no me parece loco. Todo lo contrario. Un hijo de puta me trata de matar y más vale que me descargue la pistola encima, porque si me salvo, lo convierto en mi hembrita.
—Chrysta —Miller se puso las manos en la barbilla. Tenía un codo apoyado sobre una rodilla—. Lo importante es que entiendas la situación en la que estamos. Y no me refiero a Shaw o a mí, sino a todos nosotros en el servicio público. Matthew Stark va haciendo matanzas por donde pasa y la policía es incapaz de detenerlo. Y con la policía, los fiscales. Dicho de otro modo, el sistema ha fallado. Todos nos vemos en ridículo.
—Una matanza en el club de El Dandy, otra en Staten Burrough. Estamos limpiando esa cuando nos enteramos de otra en el local de un pequeño empresario. Lleva treinta y cuatro muertos, fiscal. Treinta y cuatro. No podemos continuar con ese hombre en la calle un día más.
—He estado recibiendo llamadas todo el día, Chrysta. A mi número privado. Abogados y defensores públicos preguntándome si este es el modo en que planeamos joder a sus clientes. Gente pidiéndonos protección. Lo peor de todo es que los únicos que están con los pelos de punta son los criminales. El público en general ha vuelto a su amor por Stark. Y eso está mal.
—El retrasado mental de la tele, ¿no lo viste? Apoyando al puto psicópata, aupándolo. Ahora la gente en la calle va diciendo que ya era hora de que alguien hiciera justicia. Ignorantes de mierda.
—Se está convirtiendo en un héroe. Puede provocar imitadores. Ya conoces a Nueva Noir.
—Discúlpeme —interrumpí—, pero ¿qué es lo que quieren? Ya les dije que no puedo hacerlo entrar en razón.
Walt bajó del escritorio. Se acercó a pasos lentos, medidos. Por demasiadas razones, no me gusta cuando Walt Miller sonríe de ese modo.
—Habla con él y pauta un encuentro —dijo—. Las fuerzas especiales harán el resto.
—Ya es demasiado con el atentado a Vega para también tener que soportar al puto maniático ese —Shaw hablaba solo—. Es muy fácil para ti estar sentada ahí, con tu sonrisita de yo no fui, pero yo, este trabajo, es una puta olla de presión. Nadie lo entiende, pero yo…

Su seductor tono de voz, la expresión pacífica, la irregular iluminación en sobre sus ojos. Walt Miller era un Lucifer sin alas.
Me levanté. Apagué el cigarrillo en el cenicero frente a Shaw.
—Este es el embrollo que se han creado ustedes. Van a tener que resolverlo sin mi ayuda.
Me di media vuelta y sólo me detuve cuando había abierto la puerta.
—Vaya a la fiscalía a buscar sus cosas mañana por la mañana, fiscal Beaumont —dijo Miller—. Está botada.
Di media vuelta. Sentí la rabia subiéndome por la garganta como fuego radiactivo.
—No sabes con quién te estás metiendo, Walt Miller.
No estaba pensando las cosas que decía. El autocontrol que siempre me había esforzado por mantener se me escapaba entre los dedos.
—¿Me estás amenazando? —Walt volvió a sentarse en el escritorio— Mala idea frente al jefe de la policía, princesa. Bienvenida al desempleo.
Cerré los ojos. Conté muy despacio. Debía mantener la calma porque basta una palabra para hundir a un buque intocable. Salí de la oficina con las manos temblándome. Tenía que hablar con Vernie para que me diera una mano; yo sabía que estaba perfectamente enmarcada en lo que era un despido injustificado, pero así, con los ojos cerrados, lo que veía era mi vida cayéndose a pedazos.
Mi bolsillo vibraba. Zumbaba. Saqué al celular, haciendo acopio de todas mis fuerzas. Le di al botón verde. No explotar era lo más difícil que había hecho en toda la vida.
—Chrysta —me dijo Matthew Stark al otro lado de la línea—. Necesito que vayas a la siguiente dirección.
—No, Matt.
—Av. Belleview, cruce 25 con… ¿qué?
—Que no. Se acabó.
—¿Cómo que se acabó?
Caminé al baño de mujeres con una mano en el rostro. Sabía que tenía miradas encima, oficiales asomándose de sus cubículos porque sabían que se acababa de discutir qué hacer con el tema del que todos hablan.
Revisé todos los cubículos hasta asegurarme de que estaba a solas.
—Miller me acaba de despedir, Matthew.
Frente al espejo, el maquillaje se me empezaba a correr.
—¿Y?
—“¿Y?” Matthew, mi carrera era mi vida. Y ahora todo se terminó por tu puta culpa, por tu obsesión. Te felicito, tienes otra víctima en tu conciencia.
—Chrysta, necesito que me escuches…
—No. No. Ya se acabó, no puedes seguir llamándome. Olvídate de que existo.
—Hay un cargamento de heroína que---
Colgué.
Protegiéndome la cabeza con los brazos, lloré. Dejé que todo saliera hasta que se me purificara el cuerpo, pero entre más lloraba, más el dolor parecía crecer. Nacía de todas partes, en metástasis, hasta que ya no existiera nada más. No tenía catarsis posible.
No sé cuánto tiempo estuve ahí.
Me miré en el espejo, una bruja de ojos hinchados y labios resecos. Me quité el maquillaje con un pañuelo. Necesitaba un baño caliente. Desconectar la televisión y apagar el teléfono. Lejos de la locura infecciosa de la maldita Nueva Noir.
Abrí la puerta del baño y Nino Frank estaba esperándome.
—Hola —dijo—. Tenemos mucho de qué hablar.

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