
Y entonces todo empeoró.
Las carpetas de El Dandy chorreaban sangre. Era el clásico ejemplo del hombre que nace con nada que perder, salvo la voluntad férrea de subir los peldaños de la vida —salvo que Jackson “El Dandy” Brenton eligió el camino del delincuente profesional. Aún cuando tenía centenares de hombres a su control, mantenía la distancia con Gulachnoff. Una guerra de pandillas no traería sino dinero desviado, pérdidas de hombres y recursos, además de la posibilidad de ser capturado en una posición en la que un abogado defensor no pudiera rescatarle. La actitud del ruso era similar: no miedo, sino respeto. No había por qué romper el balance de poder en la ciudad, cuando ambos ganaban sin arriesgar demasiado. Los que arriesgaban eran las víctimas en medio de todo, pagando el más alto precio.
No sentí a Georgie entrar en mi oficina. Traía un café, fotografías de malas noticias y la paciencia que siempre me dedicó desde el día en que lo conocí. Ya quisiera yo poder darle la atención que todos sus sentidos me brindan.
—Ocupada desde temprano, ¿no?
—Alguien tiene que hacer el trabajo sucio.
Georgie bebió de su café.
—Por eso te he traído estas fotos. ¿Sabes quiénes son?
Le contesté que no sin verlas.
—¿No estás distraída el día de hoy?
Lo mire al rostro, consiguiendo una expresión calmada, pacífica, que no podría adivinar por qué no podía darme el lujo de ver a los minutos pasar.
Georgie.
Mi relación con él es un asunto que he estado postergando para un mañana en el que salga el sol; era un hombre bueno, honrado, atento, siempre me abría la puerta para que yo pasara primero, siempre conseguía el modo de sorprenderme con regalos y, sin embargo, yo no podía darle el futuro perfecto que él buscaba en mí.
—Estoy ocupada. Eso es todo.
Me tendió la taza de café.
—Bebe, entonces —dijo—. Te hará bien la energía.
Ojalá Georgie no fuera tan amable, tan dedicado, tan perfecto boy scout, porque si tuviera dentro de él una pizca de mal nacido, podría verlo a los ojos como lo estaba haciendo ahora, reflejándome en el vacío dentro de esos aros azul cielo, y decirle que “tienes que alejarte de mí, porque no soy la mujer inocente que crees que conoces.”
Cogí la taza.
—¿En qué pensabas?
—En nada.
—Casi me matas con esa mirada —tomó asiento frente a mi escritorio.
Bebí un sorbo de compromiso y posé la taza sobre la mesa. Enfocándome en las fotografías, no reconocí la importancia inherente: más hombres muertos en otra escena del crimen que mañana la ciudad no recordará.
—¿Quiénes son estos?
Él se reclinó.
—Patrick Hockstetter, patrón de El Cordero Degollado, un tugurio de El Dandy. Los otros son hombres del ruso y El Dandy abaleados en un mal negocio. Si te fijas en la postura de los cuerpos, se mataron unos a otros.
Se inclinó al frente y detalló las carpetas en las que yo ya trabajaba.
—¿Ya te habías enterado? —preguntó.
—No —junté las carpetas y las coloqué, cerradas, en una pila a mi derecha.
No es que no confíe en ti, Georgie. Es que con Matthew en la línea de tiro, no puedo arriesgarte también.
—Ponía en orden algunas cosas relacionadas con un caso —mentí—. ¿Crees que estos sean los primeros muertos de una guerra callejera?
Suspiró y se puso de pie. Se llevó una mano al bolsillo del pantalón.

Tomé las fotografías, estudiándolas con cuidado. Después de que has visto suficientes epílogos negros, aprendes a leer el idioma forense. Más allá de las posiciones de los cuerpos, había un mensaje, sombrío y perturbador, contado con la voz de miles de insectos zumbando al unísono.
—Estamos en un trabajo de alto riesgo. Hablamos ahora y no sabemos si esta noche uno de los dos estará en condiciones para hacerlo otra vez. Es una de esas cosas que aceptas con el trabajo, porque cuando empiezas en esto estás dispuesto a correr el riesgo. Pero con el paso del tiempo, aspiras a algo más. Algo que no puedes encontrar en un ramo que nos da una expectativa de vida de treinta y dos años.
Por supuesto que esto pudo ser otro tiroteo en una guerra naciente de bandas, pero también podía ser otra cosa. Un tercero, un intruso. Las movidas de un hombre que conoce el funcionamiento del sistema desde adentro. Una persona que sabe que el oficial de policía de Nueva Noir está mal pagado, con demasiado trabajo y que recibirá su cheque de quincena tanto si resuelve el caso como si no. Esta bien podía ser obra de un hombre que sabe que, con ese prospecto, la policía se enfoca en atender los delitos ocurridos a gente decente, ignorando a los que caen sobre los que hace mucho que se lo merecían.
—Quiero retirarme. Cada vez que recibimos noticias de un colega muerto por un malandrín de doce años, me tiembla la espina dorsal. Esta profesión es una amante seductora, pero ingrata. Ha sido buena conmigo, pero no quiero terminar con una bandera tendida sobre mi ataúd porque tuve un muy mal día. Porque es a eso a lo que todo se resume: puedes atrapar a centenas de parásitos sociales, asesinos y traficantes, y lo único que uno de ellos necesita para acabar contigo es un golpe de suerte.

Coloqué las fotografías de vuelta sobre la mesa y me apoyé el rostro en una mano.
—No, espera a que termine. He estado pensando en nosotros. Sé que eres una mujer casada con su trabajo y que nunca hemos tenido la oportunidad para desarrollar nuestra relación en otro campo personal. Pero las preocupaciones que tengo sobre mí, también se extienden a ti. Ya viste lo que le pasó a Matt; nadie está a salvo. Si no me has conseguido los últimos fines de semana es porque he estado viajando a Hearsay, viendo casas. Y hay una muy bonita que puedo pagar poco a poco. Quiero que me acompañes, Chrysta.
No tenía sentido. Aunque Matthew encajaba con el perfil, estas no podían ser sus acciones. Me quedé sentada, rememorando todo lo que conocía del Paladín de Nueva Noir, que siempre se esmeraba en seguir el camino correcto: los delincuentes tras las rejas y la violencia sólo genera violencia, el mantra que lo ponía por encima de sus enemigos.
El dueño de mis sospechas era un hombre al que no le importaba encender la mecha para que ardiera la ciudad; Matt no podía estar tan sumergido en su venganza. Aunque mis instintos me gritaban que este era él, no podía serlo. Pasé algo por alto, hubo un detalle que no revisé, otro tiene que estar interesado en una matanza, porque si es Matthew, ¿en qué se ha convertido?
—Ven a vivir conmigo.
Levanté el rostro del escritorio.
—¿Qué?
Georgie se me acercó, sacándose la mano en un puño del bolsillo. Con su otra mano, se envolvió el puño con las mías.
—Sé que es demasiado pronto, pero el plan del que te hablo es una cosa a mediano plazo. Podemos lograrlo.
Dejándome un beso en la frente, retrocedió sin quitarme la mirada de encima.
—No me respondas ahora. Piénsatelo con calma y hablamos en la noche.
Y se fue, dejándome la cajita de un anillo entre las manos.

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