Mini-Capítulo: 5 y 1/2

Entraron en El Cordero Degollado pasando por debajo de la cinta policial, adentro de una cripta post-moderna. El aroma a pólvora, cordita, sangre y gritos les hizo sentir en casa. Para los detectives, este era el espíritu de un ambiente familiar.

El fotógrafo de la fuerza estaba en una esquina, iluminando la escena a flashes. Georgie trató de pintar en su mente el momento en el que otros flashes resplandecieron, en el ojo de su imaginación, los últimos momentos de los rostros que ahora estaban muertos con sonrisas de desgano.

—¿Un crimen pasional? —escuchó a Nino.

Aproximándose a los cadáveres, se colocó en cuclillas, mirando las rígidas posturas, las bocas fracturadas de los disparos que no dieron en el blanco, los casquillos en el suelo. Le hablaban en la lengua de los muertos vivientes.

—Sí —dijo—. Mira toda la pasión en esta sangre. ¿Qué te dice la posición de los cuerpos?

Nino alumbró con su linterna.

—Están todos en la misma zona. Arrinconados. Como si los hubiesen fusilado.
—No creo que les hayan pedido que posaran antes de dispararles.
—Es improbable, no.

Georgie se irguió. Al hablar, lo hizo estudiando a la terquedad de su linterna, que esa mañana no quería trabajar:

—Eso sólo quiere decir una cosa. El que los mató, los conocía. Cuando entró en el burdel, no llamó la atención. Sólo la mitad de estos malditos sacó sus armas.
—O sea que el asesino entró, les saludó, se bebió un café con ellos y los cogió por sorpresa.
—Exacto. Quizá hablamos de un traidor entre las filas. Quizá de un asesino profesional.
—O puede que haya otro personaje en la ciudad.

El silencio, puntuado por los besos lumínicos de las cámaras, expresó sus preocupaciones.
—Te diré algo más —dijo Nino—. Te apuesto las tetas de mi mujer a que todos estos diablos están vinculados con una de las grandes mafias.
—No son sangrones de poca monta.

Nino se tosió en el puño cerrado.

—Vámonos de aquí, Georgie, el perfume de estos me pone enfermo.

Dieron media vuelta y caminaron, cada paso acompañado de un golpe seco en el suelo, quebradizo cuando andaban sobre vidrio.

—Eres un personaje, detective Frank —dijo Georgie—. Tantos años en la fuerza y no soportas la presencia de los muertos.

Ambos agentes se iluminaron por el tinte azul purpúreo del amanecer.

—Un hombre tiene derecho a sus excentricidades, Georgie. La realidad supera a la ficción.
—Sí, bueno, esperemos que ese no sea el caso en esta situación.
—Pero no pinta nada bien.
—No.

Nino Frank esperó a que su compañero enunciara lo que meditaba, lo que llevaba tiempo en su mente cada vez que ponía esa expresión introspectiva. Siempre, como ahora, el detective Mencken eligió que este no era el momento para sacar al esqueleto del clóset. El detective Frank fingió que no se había dado cuenta, para cumplir con su parte de la obra.

—¿Ya llamaron al fiscal? —fue lo que preguntó Georgie.

Nino sacudió la cabeza.

—Puedes hacer los honores —agregó—. Enciéndele la batiseñal a tu novia.

Georgie se metió las manos en los bolsillos.

—Eres un tipo cómico, Nino, un comediante. Voy a visitar a mi novia, entonces, y después le daré los buenos días a tu mujer.

El detective Frank sonrió de medio lado y se sacó la cajetilla de cigarrillos de la chaqueta.

—Dile que esta noche tengo póker con mis primos —mientras encendía un pitillo.
—Estoy seguro de que no le importa, Nino. Adiós.
—Adiós, detective.

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