Lo curioso de una herida de bala es que, junto con el
hormigueo en toda la extremidad, no lo sientes como si la bala entró en ti. Si
me preguntaran, fue mi brazo el que escupió el proyectil, ardiendo, con
purificador fuego hasta el exterior. Claro, no tenía sentido y dentro de todo
lo que apestó, fui afortunado: la bala entró y salió. Si conservaría un pleno
uso del brazo, quedaba por verse.

La habitación era impersonal. Anónimo como un cuarto
de hotel. La noche negra se derretía en tinta transparente, corriendo sobre las
ventanas. Un aparatito unido a mí por cables y una pinza en el dedo índice
timbraba de acuerdo a mi pulso. En la esquina, una silla. En otra y empotrado
cerca del techo, un televisor.
Me quité la pinza. Los icebergs delineados en verde
que marcaba la pantalla junto a mí pasaron a una llanura eterna. No tenía
camisa, pero sí medias y pantalón. Me senté y, sin darme
cuenta, me pasé el dorso de la mano por los labios. Un trago. Para poder estar
bien, necesitaba un vaso de escocés.
La puerta de la habitación se abrió. La oí antes de
confirmar con un vistazo, alguna enfermera que iba a controlarme como la
policía del pensamiento. Se me ocurrió que si forcejeaba lo suficiente, me
drogarían con algún potente sedante y eso era casi tan bueno como un vodka. Me
preparé para mi mejor escena de frenético neurótico.
No era una enferma. Era Chrysta. Ahora de verdad
necesitaba beber.
Miller, el fiscal de distrito que la había destituido,
la devolvió a su cargo poco después de la masacre de Stark. Sin ceremonias ni
disculpa pública. Siendo una fiscal y yo detective, era cuestión de tiempo
antes de que nos cruzáramos y quizá ahí tienes la razón de por qué tomo.
Dame otro atentado. Dame indiferencia. Pero no vengas
preocupada por mí.

Estás soñando despierto, Mencken.
—Vine tan pronto me enteré —dijo.
—Estoy bien. La bala entró y salió. ¿Me pasas mi
camisa y mi saco?
Cruzó el umbral. Sus tacones repiquetearon sobre las
baldosas. Tenía un expediente entre los brazos al que abrazaba como a un
escudo. ¿Por qué Chrysta habría de escudarse de mí? Los papeles se invierten.
—Nunca tuvimos la oportunidad de hablar después de lo
que pasó.
—Déjalo así, puedo buscar mi camisa solo.
—No seas tonto, no te levantes.
Desobedecí. Un mareo sacudió mi cabeza, pero me llevé
el puño a la boca; disimulando debilidad lo mejor que podía. Tengo doce años
otra vez.
—No hay nada de qué hablar, Chrysta.
—Siento que te debo una explicación.
—Te propuse matrimonio y dijiste que no. Soy un niño
grande, puedo entender lo que eso significa. Mira, si crees que estoy
albergando alguna fantasía sobre nosotros, quiero que sepas que no es así. Las
cosas salieron distinto a como yo quería y eso es parte de la vida. No voy a ir
detrás de ti gimoteando.
—No esperaba que lo hicieras.
—Qué bueno.
De la silla, tomé la camisa. Me la eché encima,
arrugada y manchada de rojo por donde yo ahora tenía un parche. Tenía que
conseguir los zapatos, pero si en diez minutos no aparecían, nunca lo harían.
No gano una fortuna, pero puedo comprar otro par. Pequeños lujos del héroe de
acción.
—Escuché que ibas a defender a Matthew. ¿Creí que como
fiscal, no podías?
—Puedo si renuncio.
—¿Y lo harás?
—Todavía no lo decido. Georgie, mira, Miller quiere
que leas esto.
—Ah, la verdadera razón de por qué estás aquí.

—Nino dice que estás bebiendo —dijo—. Si es así, te
desconozco.
—No sabía que eras amiga de Nino.
—No dije que me lo dijera a mí.
Interesante. Era un comentario con implicaciones que
tendrían que esperar, porque no puedo desgranar información en este momento.
Me extendió la carpeta.
—Cuando Miller supo que venía, tomó la oportunidad de
matar a dos pájaros con un tiro. Envió esto. Es una orden de fiscalía.
La agarré. Un montón de documentos en lenguaje
sánscrito jurídico. La lengua de los que no tienen alma.
—¿Qué estoy viendo, Chrys?
—El caso que estabas investigando, el de la muchacha
sin nombre. Esto es una orden para que la investigación se cancele ahora.
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