La Segunda Bala

Lo curioso de una herida de bala es que, junto con el hormigueo en toda la extremidad, no lo sientes como si la bala entró en ti. Si me preguntaran, fue mi brazo el que escupió el proyectil, ardiendo, con purificador fuego hasta el exterior. Claro, no tenía sentido y dentro de todo lo que apestó, fui afortunado: la bala entró y salió. Si conservaría un pleno uso del brazo, quedaba por verse.



Habría estrangulado a un niño pequeño con tal de echar un trago ahí, en el hospital. Escapar no era cosa del otro mundo. Una vez arresté a un prostituto heroinómano que apuñaló a un traficante. En la cárcel, determinaron que era seropositivo. Escapó del hospital caminando. Sólo se vistió y se fue. Yo podría hacer lo mismo. Me conocían como el detective que salvó al hijo dorado de Nueva Noir, mi rostro empezaba a hacerse popular. Valía la pena apostar, pensé. No era tanto que me sentía inútil en el hospital, era lo aparatoso de todo el proceso. Nino llenaría un informe y a mí me tocaba otro. Vendrían palabras solidarias, palmadas en el hombro, más pose de héroe que se acerca al mártir. La verdad: me dispararon y me salvé. En todo caso, deberían castigarme por permitirme la estupidez de salir herido.

La habitación era impersonal. Anónimo como un cuarto de hotel. La noche negra se derretía en tinta transparente, corriendo sobre las ventanas. Un aparatito unido a mí por cables y una pinza en el dedo índice timbraba de acuerdo a mi pulso. En la esquina, una silla. En otra y empotrado cerca del techo, un televisor.

Me quité la pinza. Los icebergs delineados en verde que marcaba la pantalla junto a mí pasaron a una llanura eterna. No tenía camisa, pero sí medias y pantalón. Me senté y, sin darme cuenta, me pasé el dorso de la mano por los labios. Un trago. Para poder estar bien, necesitaba un vaso de escocés.

La puerta de la habitación se abrió. La oí antes de confirmar con un vistazo, alguna enfermera que iba a controlarme como la policía del pensamiento. Se me ocurrió que si forcejeaba lo suficiente, me drogarían con algún potente sedante y eso era casi tan bueno como un vodka. Me preparé para mi mejor escena de frenético neurótico.

No era una enferma. Era Chrysta. Ahora de verdad necesitaba beber.

Miller, el fiscal de distrito que la había destituido, la devolvió a su cargo poco después de la masacre de Stark. Sin ceremonias ni disculpa pública. Siendo una fiscal y yo detective, era cuestión de tiempo antes de que nos cruzáramos y quizá ahí tienes la razón de por qué tomo.

Dame otro atentado. Dame indiferencia. Pero no vengas preocupada por mí.

La deseé. Quise que viniera a mí, se sentara sobre mis piernas y de frente, con mi cara entre sus manos, me besara. El mundo no iba a solucionarse, pero muchas cosas dejarían de ser importantes y eso era suficiente.

Estás soñando despierto, Mencken.

—Vine tan pronto me enteré —dijo.

—Estoy bien. La bala entró y salió. ¿Me pasas mi camisa y mi saco?

Cruzó el umbral. Sus tacones repiquetearon sobre las baldosas. Tenía un expediente entre los brazos al que abrazaba como a un escudo. ¿Por qué Chrysta habría de escudarse de mí? Los papeles se invierten.

—Nunca tuvimos la oportunidad de hablar después de lo que pasó.

—Déjalo así, puedo buscar mi camisa solo.

—No seas tonto, no te levantes.

Desobedecí. Un mareo sacudió mi cabeza, pero me llevé el puño a la boca; disimulando debilidad lo mejor que podía. Tengo doce años otra vez.

—No hay nada de qué hablar, Chrysta.

—Siento que te debo una explicación.

—Te propuse matrimonio y dijiste que no. Soy un niño grande, puedo entender lo que eso significa. Mira, si crees que estoy albergando alguna fantasía sobre nosotros, quiero que sepas que no es así. Las cosas salieron distinto a como yo quería y eso es parte de la vida. No voy a ir detrás de ti gimoteando.

—No esperaba que lo hicieras.

—Qué bueno.

De la silla, tomé la camisa. Me la eché encima, arrugada y manchada de rojo por donde yo ahora tenía un parche. Tenía que conseguir los zapatos, pero si en diez minutos no aparecían, nunca lo harían. No gano una fortuna, pero puedo comprar otro par. Pequeños lujos del héroe de acción.

—Escuché que ibas a defender a Matthew. ¿Creí que como fiscal, no podías?

—Puedo si renuncio.

—¿Y lo harás?

—Todavía no lo decido. Georgie, mira, Miller quiere que leas esto.

—Ah, la verdadera razón de por qué estás aquí.

Cruzó los brazos. El corazón me dejó de latir y tuve que entretenerme con el paisaje. Una mujer nunca es más hermosa que cuando no puedes tenerla.

—Nino dice que estás bebiendo —dijo—. Si es así, te desconozco.

—No sabía que eras amiga de Nino.

—No dije que me lo dijera a mí.

Interesante. Era un comentario con implicaciones que tendrían que esperar, porque no puedo desgranar información en este momento. Me extendió la carpeta.

—Cuando Miller supo que venía, tomó la oportunidad de matar a dos pájaros con un tiro. Envió esto. Es una orden de fiscalía.

La agarré. Un montón de documentos en lenguaje sánscrito jurídico. La lengua de los que no tienen alma.

—¿Qué estoy viendo, Chrys?

—El caso que estabas investigando, el de la muchacha sin nombre. Esto es una orden para que la investigación se cancele ahora.


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