La confesión es buena para el alma. Ya yo debería saberlo.
El whisky me purificó, como se expiaban los pecados de las brujas con bautismo de fuego. No quería saber de nada, por una noche quería no ser. Desconexión de la avalancha que se estaba cerniendo sobre nosotros. No pedía que no me arrollara. Lo único que quería era no sentirla.
Nino creía que yo era una fuente de perturbación para Georgie y tengo que darle la razón. Enfrente de la puerta del baño me explicó las investigaciones que había hecho sobre mi pasado.
—Los detalles todavía no están claros —dijo—. Pero tú te traes algo entre manos.
—No es un delito tener un pasado, detective.
—Olvídate de la ley, estamos hablando de la moral. Y tú nos mentiste.
—¿Por qué? ¿Porque elegí la discreción?
—Tú sabes muy bien por qué.
Al darse media vuelta, me llegó su perfume a químicos que realzaban la masculinidad. A loción para el afeitado.
—¿Me estás investigando, Nino?
No me prestó demasiada atención y a decir verdad, yo no estaba en el mejor momento para darle demasiada importancia.
Una puede soportar a una montaña sobre los hombros sólo por un tiempo. Después ya no es cosa tuya.
Así que volví a casa. No recogí nada de mi oficina. Ya tendría tiempo para hacerlo y aún si no era así, no tenía nada en la oficina que fuera a echar de menos. Ninguna foto importante, ningún retrato con la familia. Mi título de jurista seguía bien protegido en los confines del hogar. Cruzando la autopista tuve tiempo de pensar si este no era ese punto que estaba esperando, algo que sabía que iba a ocurrir, mi marcha de Nueva Noir. Podía hacerlo ahora. No tenía nada que me atara realmente a la ciudad. Por un tiempo creí que la carrera era mi ancla. Luego creí que era Matt. Pero veía con claridad: nada me sujetaba a una tierra que no era la mía.
—Estás pensando demasiadas estupideces, Chrysta —me dije.
Tan pronto entré en la casa, rompió la lluvia. Era un lugar discreto, de sala-cocina y dos habitaciones en el piso de arriba. Aunque podía comprar una casa más grande, llenarla de más lujos, no le veía el propósito. Nueva Noir era, además, la clase de lugar en el que si tenías dinero, te convenía no mostrarlo.
Me di una ducha, quedándome un rato bajo el agua tibia, pensando en todos los caminos que se extendían ahora ante mí. Nino jamás llegaría a nada, nunca descubriría algo que me atara a algún delito del que yo no pudiera escapar. Y lo mejor era eso. Si seguía inmiscuyéndose, sólo problemas esperaban en el próximo capítulo.
Y volví a pensar en Matthew.
¿Le había colgado el teléfono en el momento en el que más me necesitaba? ¿Acaso le di la espalda cuando había recuperado la cordura y se preparaba para entregarse? Supuse durante mucho tiempo que le mantuve unido al mundo de los cuerdos, aunque fuera un nexo delgado y débil, pero ahora entendía que se había alejado de mis manos. Las balas le habían calado más profundo que la carne, llegándole al alma, transformándola en otra cosa. Nietzsche estaba equivocado. Cuando peleas con monstruos, debes cuidarte de no convertirte en uno, claro, pero hay gente para la que eso es inevitable.
Salí del baño envuelta en mi bata esmeralda. Cuando tienes una bata así, significa que has alcanzado el punto en tu vida en el que ya no tienes que preocuparte por la comida del día. Ya no tendrás que pasar frío en la calle. Hay gente que ahora, mientras yo medito al respecto, está en la calle, inhalando los últimos hálitos que la inanición le permite. Y yo estoy acá, invirtiendo mi dinero en lujos como este, con la comodidad de saber que ese espejo ya no me reflejaba. Como aquello, nada. Nunca más.
Tomé el control de la televisión pero, pensándolo bien, volví a tirarlo sobre la cama. Sólo había un tema en la televisión y yo ya tenía suficiente con la repetición constante que había en mi conciencia. ¿Pero qué tal si Matthew ya fue capturado, o incluso asesinado? Podía repetirme un millón de veces y tatuarme sobre el rostro que ya yo no tenía nada qué ver. Sería inútil. Los papeles estaban invertidos. Matthew Stark era mi homme fatale.
Sin mi manto de fiscal, se dificultaba más ayudarlo, pero no era imposible. Me vestí lo más rápido que pude y prendí la televisión. Lo que encontré fue inesperado.
De Matthew, nada. Las noticias estaban girando ahora en torno a Vernie Vega, a su milagroso escape de las garras de un asesino que, se había descubierto, cargaba cajas en uno de los almacenes de Valentín Gulachnoff. Valentín había sido asesinado y su cuerpo se encontró a un lado de la autopista de Brookhaven. Ahí fue cuando las alarmas se me dispararon.
¿Por qué Matthew (que, no me cabía duda, había matado a El Ruso) dejaría al cadáver a un lado de la calle? ¿Por qué cargaría con él? No tenía sentido, a menos que hubiese otro grupo involucrado.
Sonó la puerta y mi primer impulso fue buscar mi revólver.
Volví a respirar al ver quién era. Vernie.
—Dios, me diste un susto de muerte.
—Chrysta, mi amor. Tengo que hablar contigo.
Se abrió paso, seguido por dos hombres; Mick, el mano derecha. El otro era uno que nunca había visto.
Por un momento vaciló en el medio de la sala, pero luego tomó asiento.
—¿Qué pasó? —pregunté— ¿Se trata de Matthew?
Una pregunta estúpida. Claro que se trataba de él.
—Matthew está muerto —dijo Verne.
Mi corazón no se detuvo, la respiración no se me cortó. Era esperado que la cruzada que llevaba le llevara a la tumba, pero por algún motivo, no pude obligarme a creerlo. La negación es una reacción natural.
Me senté.
—Encontramos su cuerpo junto al de El Ruso —dijo Verne—. Decidimos no hacer público su deceso aún. En verdad, creo que nunca lo revelaremos. Creo que la ciudad merece conservar la imagen que tenía de su héroe.
—No lo puedo creer.
—Lo sé. Ya la gente sabe que iba matando criminales, pero si lo consiguen muerto así, será sin honor, su deceso no tendrá significado. Merece ser recordado como el caballero que era.
—Oh, por dios —me tapé la cara con las manos.
Sentí en el hombro la mano consoladora de Mick. Me trajo poco sosiego. Era una mano desprovista de calor, endurecida. Como la que tendría una estatua de adobe
—Chrysta, necesito que me digas algo ahora y es muy importante —Verne se inclinó al frente en su asiento—. ¿Te dijo algo sobre lo que estaba investigando?
—¿Qué?
—Sobre lo que estaba haciendo. Estaba buscando al hombre que lo mandó a matar, pero ¿te dijo por qué lo querían muerto? ¿Se comunicó contigo de alguna manera?
—Vernie, yo…
El teléfono zumbó. Mi celular, a un lado de la cocina.
—Hablé con Matthew un par de veces, me llamó a…
El teléfono zumbaba.
—Quería que yo, quería decirme…
El teléfono zumbaba.
Me levanté con una maldición. Fui a la cocina, empotrada en un mueble de piedra negra. El número que brillaba en la pantalla era desconocido. Agarré el teléfono y puse el pulgar en el telefonito rojo.
—Trata de recordar bien —dijo Verne.
Atendí.
—Beaumont —dije.
—Soy yo —dijo Matthew—. Vete de la ciudad, Vernie está detrás de todo.
—¿Aló?
Miré a Verne. Ya hubiese querido yo reaccionar más rápido, comprender al instante lo que estaba pasando. Pero me desorienté.
—Tengo unas direcciones que tienes que darle a la prensa. Ahí está todo, droga como para matar a la mitad de la ciudad.
—¿Mamá? Habla más lento, por favor.
—¿Ma…? Es Verne. ¿Está ahí, contigo?
—Sí, mamá.
Mire de reojo al alcalde. Sentado, con las piernas cruzadas.
—Tienes que alejarte de él. No puedo explicarte por qué, pero está conectado con la droga. ¿Puedes tomar nota?
—Sí, dime —tomé el bloque que uso para los recados.
Anoté las direcciones que me dio.
—¿Escuchaste bien todo?
—Sí.
—Vete de Nueva Noir. Podrás saber cuándo volver.
Colgó.
—No, no te preocupes —seguí hablando sola—. Yo te lo compro, ma, tranquila.
Me guardé la nota en uno de los bolsillos del pantalón, casual, sin atraer atención al gesto.
—Bueno. Yo también te quiero. Adiós.
Colgué y al voltear, fue una pistola lo que me encaró. La farsa había sido inútil.
—Muy astuto, doctora —dijo el de la pistola, el desconocido.
Vernie se levantó.
—¿Crees que no te he investigado?
Mick se puso a mis espaldas.
—Sabemos que tu madre está muerta —oí decir a Mick antes de que todo se volviera negro.
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Parte del arte fotográfico mostrado es obra de J. Ferreira.
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