Manual Práctico de Tortura

Estás a punto de despertar cuando sueñas que estás soñando.

Fue como esa escena en La Masacre de Texas, en la que Sally Hardesty desfallece de una escena de horror imposible para despertar en una aún peor, atada a un cadáver y con la muerte enfrente.


En mi caso, desperté con patéticos quejidos cuando sentí las agujas metérseme entre las costillas.

No recordaba cómo me habían traído acá, una habitación que no tenía nada que envidiarle a esa habitación Orwelliana que guarda lo peor del mundo. Las agujas que me habían metido en el torso tenían cables de cobre enredados en el otro extremo. Los cables iban a un artefacto como un radio transistor viejo que zumbaba lejanamente. Ahí estaba, junto al transistor, el duende, el hombrecito con cara de haber tenido hijos sólo para comérselos. Junto a él, Vernie sostenía un grueso aro de cinta aislante. Al tratar de levantarme, me di cuenta de que estaba atado a la silla. Parece obvio ahora, pero en aquella situación era como llegar a la película una hora tarde. Me habían atado los pies a las patas y las manos tras la espalda. Sentía la cabeza pulsando y el aire que entraba por mis fosas nasales no era suficiente. Me estaba asfixiando con el peso de la sucia luz sobre nosotros.

—Matthew, justo a tiempo —dijo Vernie.


Estiró una lengua de cinta gris.


—Supongo que ya sabes de qué va esto —dijo—. Este que está aquí es Pip. Pip no habla. Vio algo hace dos años que le jodió la cabeza. Era un hombre común y corriente, dentista, casita en los suburbios, familia, niños y golden retriever. Algo pasó. Todos murieron y él ya no habla. Así que no es un buen interrogador.


Se aproximó.


—Este método lo diseñó él mismo. Es un tipo enfermo, tiene que torturar al menos una vez a la semana. Se pasa las noches llorando aquí, esta es su casa. ¿Me equivoco, Pip?


—Gub.


—Correcto —continuó Vernie—. Mira, primero te meten estas agujas que tienes ahora. Te pasan corriente por cinco minutos. Luego, te dejan esas agujas y te meten otras, en los hombros, verticales, hacia abajo. Otras en las rodillas. Corriente por diez minutos. Para ese punto, perderás control de tus esfínteres, te vomitarás encima, harás de ti una verdadera ruina repulsiva. Luego dos agujas, detrás de las orejas. Corriente por quince minutos. Eso te daña de por vida, después de eso vas a andar por ahí temblando, necesitarás un bastón para caminar. Nunca más irás al baño solo. Es terapia electroconvulsiva descontrolada. La última aguja, Matt, es inútil, pero Pip es un sádico.


Miró a Pip, que seguía en la misma postura con la que lo dejé en la casa.


—La última aguja va en el escroto —dijo Verne—. El propósito de esto no es matarte. El propósito es que sepas que para cuando todo acabe, ya no serás un hombre. Serás una forma de vida atrofiada. Le rogarás que te escuche, pero a él no le importa, él no va a preguntarte nada. A él sólo le importa que te duela. Terminarás diciéndole todo tras la corriente final, mucho después de que la última mentira en tu cuerpo te haya abandonado.


Posó uno de sus pies pulidos sobre la silla, cerca de mi entrepierna. Reposó los antebrazos sobre la rodilla.


—Así que cuando te digo, Matthew, que esta es la última oportunidad que tienes para hablar, sabes que es verdad. ¿Le contaste a otra persona de la heroína?


—Vas a tener que matar a la mitad de la ciudad para averiguarlo.


—No seas estúpido. Dime. ¿Le contaste a Chrysta?


—Traté, pero no me quiso escuchar.


—No hagas tiempo, que no viene ninguna caballería. ¿Quién más sabe?

Era un ejercicio inútil. Le dijera o no, iban a matarme. Y aunque le dijera que nadie más lo sabía, no me creería. La suerte estaba echada, pero no le daría el beneficio de la paz mental.

Se quedó bloqueado con mi cara. Marcó la distancia y volvió a sujetar la lengua de cinta que había estirado momentos antes. Traté de respirar a bocanadas, pero el aire no bajaba por mi tráquea oxidada.


—Sabes que nunca te voy a decir ¿verdad? —logré al fin.


—Sí.


—¿Entonces por qué el teatro?


Encogió los hombros.


—Quería darte una última oportunidad —dijo—. Sigo lanzándote cabos, pero tú no quieres salvarte. No puedo hacer nada más por ti.


Me cubrió la boca al fin con la cinta. Dos vueltas alrededor de mi cabeza.


—Yo sé que tú crees que te vas a escapar de esta y le vas a contar al resto del mundo la mierda que soy —cortó el extremo de cinta pegado al aro con los dientes—. Pero no me vas a ratear, Matthew. No les vas a decir lo que pasó en verdad porque si lo haces, ¿sabes cómo le va a caer eso a la ciudad? Yo sé que estoy haciendo lo correcto. Estoy sacando la basura, estoy matando criminales. No es bonito, pero alguien tiene que hacerlo. Tú mismo has descubierto que es lo único que funciona. Hay allá afuera quienes simpatizarán conmigo, con mi “drástico plan”. Pero están los que no. Los estúpidos que creen que los drogómanos son víctimas. ¿Quieres que te hable de víctimas? Mis dos hermanos eran drogadictos. Mi papá era drogadicto, Matthew. Ni siquiera los voy a visitar al cementerio. Los tres murieron como los parásitos que eran, por fin los alcanzó lo que tenían tiempo provocando. Yo no. Yo voy a impedir que eso le pase a más gente, porque sí, porque empiezas con una probadita aquí, ¿qué puede hacer de mal un poquito de coca, un poquito de hierba? Ese es el inicio del fin. Porque ni los maricos ni los drogadictos se curan. Alguien tiene que hacerlo. Alguien tiene que ser el verdugo.


Dio media vuelta, le murmuró a Pip y me dijo:


—Supongamos que me consigues matar, (que no puedes, pero supongamos). Sales y le cuentas al mundo la basura, el gran asesino que Vernie Vega era. Todos esos mariquitos patéticos sin bolas que creen, como tú, que los drogadictos son víctimas, todos ellos se van a derrumbar. Mis votantes, los que creyeron en mí. Tendrán que afrontar que en la vida real, no existen los tipos buenos. No sé si la ciudad pueda resistir eso, Matt, de veras. Esta gente necesita creer que alguien de verdad puede brillar. Si sales a contarles lo que sabes… piensa en cuántos espíritus estarás quebrantando.


Se acercó de nuevo y me dio una palmada en la mejilla.


—Mira, lo importante no es que yo te mandé a matar. Lo que importa es que no puedes ganar. Olvídate de las pistolas, olvídate de la ley. La última pieza que me conectaba con la heroína está muerta, cuando mataste a El Ruso. No puedes probar lo que sabes. Soy el hombre intocable, soy un símbolo, soy la cara de esta ciudad. No puedes matar a Dios.


Apenas abandonó la habitación sentí la primera oleada de electricidad recorriéndome las costillas, pasando a mi espina dorsal, a mi pelvis, a detrás de mis ojos. Los dientes me castañeaban. Fue un espasmo involuntario lo que casi me hizo tirarme a un lado, atado a esa silla eléctrica hecha en casa. Sentía la boca llenárseme de saliva detrás de la cinta, los labios nunca tan separados de los dientes, la cara deformada en un rictus que no era de dolor, no era un grito, era una cosa para la que no existe nombre, la máscara del prisionero de guerra de quien Dios se olvidó.

Hay algo perturbador sobre un hombre capaz de matar a sangre fría. Es distinto a cuando yo actúo; yo lo hago por rabia, es venganza. Para Vernie, esto no era personal. Yo bien pude estar matando con una sonrisa en el rostro, no lo sé, no me estaba viendo en un espejo. Pero cuando Vernie mató a Zoe, era la viva imagen del desapego, no había pasión. Bien mataba a una desconocida como dejaba a un viejo amigo bajo la sombra de un inefable dolor. En todos los sentidos, era peor que el traumado Pip, el psicópata que se sabía enfermo. Vernie habría estado a gusto detrás de un escritorio en un campo de concentración.

Mis articulaciones se volvieron nudos que se ataron solos y volvieron a liberarse, dejándome hecho de trapo, vencido, goteando sudor, sangre y lágrimas.

La peor parte de una tortura es el inicio, cuando los nervios están bien despiertos y sientes al dolor en todo su brillante esplendor. Conforme te van jodiendo, el cuerpo deja de responder y caes en un sopor progresivo hasta que te mueres. Ahora que el dolor estaba abandonando mi cuerpo, sentí un cálido placer tomar su lugar, como la sensación que tienes tras un orgasmo. El truco está en torturar por intervalos, para que el cuerpo entre en sus cabales antes de que lo sumerjas de nuevo en la piscina.

Había juzgado mal a mis enemigos. Los subestimé. Había pasado entre ellos como el cuchillo por la mantequilla y se me desarrolló la idea inconsciente de que nunca darían conmigo, un deseo mortal. Ahora pagaba con sangre mi estupidez. Un hombre normal podría soportar toda esa corriente y quedar con los nervios chamuscados para el resto de su vida, pero alguien como yo no. Mi cuerpo jamás soportaría tres rounds contra el transistor. Tendría un paro respiratorio o cardíaco. Lo curioso es que todavía sumergido en ese océano negro, pensaba en Chrysta. En Georgie. Vernie trataría de alcanzarlos y era muy posible que los matara sólo para quitarse la paranoia de encima. Esa era otra parte de la tortura, la parte mental.


Vi al duende acercarse con otras dos agujas y empecé a convulsionar. Los ojos se voltearon a mi interior, la respiración se me cortaba con un gorgoteo de sangre caliente, la silla chillaba con mis temblores.


El duende dio un paso atrás y supe que este era mi momento, atacar ahora, mientras él seguía sin saber a ciencia cierta que yo estaba actuando.



2 comentarios:

G. | 27 de mayo de 2011, 10:04

THAT was awesome. Tenía sueño, no he dormido bien en días, y dos párrafos de historia terminaron de despertarme. Es increíblemente genial, porque la historia deja que te metas de lleno en el personaje de Stark.

Lástima que no me había dado tiempo de leer todo lo previo a esto, pero con el capítulo anterior pude entender muchas cosas. Me gusta. Me encanta. Tiene una especie de vida propia, me hace recrear algo parecido a una película, todo en mi mente.

Imagino a Stark, con la cara inexpresiva por momentos, porque sabe lo que pasará; imagino cómo se vería también el dolor reflejado en su rostro. Puedo ver la sonrisa que probablemente tendría Verne, implacable. Incluso lo psicópata que seguramente parecía Pip a la vista.

Amo este tipo de historias, que aunque están expuestas en palabras, te hacen pensar en realidades. Como siempre, señor Drax, excelente.

The Hardboiled Man | 20 de junio de 2011, 16:51

Me encanta que te guste; ese es todo el motivo de por qué hago esto.

Gracias por el comentario, Gaby.

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