Pero en la vida no existen las soluciones sencillas. ¿Algo es demasiado bueno para ser verdad? Entonces abre bien los ojos, porque no estás leyendo las letras pequeñas.

Empecemos de cero. Controla la respiración. Deja de temblar.
Necesito mis malditas medicinas.
Me apoyo en la pared, persiguiendo que ella me soporte en caso de que mis piernas decidan abandonarme. No sería la primera vez.
Piensa, muchacho. Piensa. ¿Cómo está todo conectado?
El Ruso y la heroína. El atentado. El estúpido de Miller y Shaw detrás de mí. ¿Por qué? ¿Es el ruso el que les está pagando o hay alguien más contribuyendo? Me estaba hundiendo en el pozo del enigma y la paranoia, corriendo a ciegas en una habitación oscura, sabiendo que las respuestas están ahí, a la vuelta de una esquina que huye de mí.
Un arsenal frente a mí, en un armario. Pistolas, subametralladoras, escopetas, granadas, todo lo que necesitarías para invadir a un país pequeño. Una noche quiero matar a El Dandy y a la siguiente estoy en uno de sus almacenes, con todas las armas que él me puede ofrecer, para encargarme de enemigos en común. Para dejarme a solas con tanta potencia de fuego deben o estar muy confiados, o tener la plena seguridad de que no podré escapar del lugar con vida.
¿Soy tan estúpido como para provocarlos?
Un fantasma dentro de mi cabeza, un demonio que se ha ido desarrollando bajo el hielo de la noche me grita que lo haga, que salga, que mate a todos, hasta que alguien me mate a mí.
La puerta tras el almacén se abrió. Ella entró. La chica. El suave aroma de su perfume era intoxicante.
—¿Te mandaron a vigilarme?
Sacudió la cabeza. Sus tacones fueron un tic tac hasta que la tuve a mi lado, de frente, con el armario del apocalipsis a un lado.
—Nunca confiaste en mí, ¿verdad? —preguntó.
—Creo que, considerándolo todo, estuve en lo cierto.
—¿Te has detenido a pensar si yo tenía opción?
Llevé la mano a la beretta. A dos de ellas.
—¿Matthew?
—No. Sinceramente, no.
—Unos hombres te llevan secuestrado y al poco tiempo se aparecen otros, esta vez de El Dandy. Me llevan con el jefe y él me explica que si no lo ayudo, me mata. ¿Qué querías que hiciera?
—Quería que te mantuvieras callada —olvidé el armario, la venganza y el cáncer por dentro—. Quizá todavía vayan a matarnos. Lo sabes, ¿no?

—Te recuerdo que uno de sus hombres me forzó a la prostitución —su voz flotó sobre mi cara—. Si pudiese matarlo, lo haría yo misma.
Di un par de pasos hacia atrás, tomé una beretta y se la ofrecí. Cruzó los brazos y fue de vuelta a la puerta.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
—¿Qué?
—¿Que qué haces aquí? ¿Viniste a tratar de reivindicarte conmigo? ¿De verdad te importa lo que yo piense?
Dejó la mano sobre la manilla de la puerta. Volteó lentamente, mirándome sobre el hombro, la primera mirada de verdadera desaprobación desde que la he insultado de todas las formas que sé que he hecho. Por un momento, pareció dispuesta a abrir los secretos dentro de su garganta, pero ese hálito revelador murió tan pronto brotó su impulso. Bajó la mirada y la luz en el techo ocasionó que las sombras de su cara se llevaran a esos ojos. Se murmuró algo. Levantó la cara para repetirlo:
—Eres un hombre, como todos los demás.
Abrió la puerta. Logré retenerla antes de que se marchara de mi vida. Ahora que tenía su muñeca entre mis dedos, no sabía para qué la había alcanzado.
—¿No te das cuenta de por qué haces las cosas? —dijo.
No.
De verdad que ya no.
Se soltó de un tirón.
—¿Desde cuándo estás planeando esto, Matthew?
—Eso no imp…
—Has estado tanto tiempo encerrado en ti mismo que ya no puedes ver cómo el mundo se te escapa.
No se supone que esto ocurra. No se supone que yo me quede sin palabras.
—Creí que la leyenda sobre ti podía ser cierta. Pero eres un fraude. No eres el Matthew Stark que vende la televisión.
Trató de marcharse por segunda vez y, de nuevo, la retuve, sólo que esta vez la puse contra la pared. La besé, en un intento por tenerla más cerca, en un intento por salvarme de mí mismo.
¿Cómo le explico a la chica que el hombre que ella busca ha dejado de existir?

Las balas no mataron al viejo Matthew. Yo lo hice, en una misión por alejarme de la vulnerabilidad de esa noche. Y aquí estoy, expuesto otra vez, ahora por unos labios de cereza.
La eché en el suelo y me quité el abrigo. Quería que mis paranoias se fueran con él. Que ya no importara que ella colaborara con El Dandy, que él la había mandado aquí, que hay titiriteros manejando mis acciones. Ya no quería saber nada de la venganza.
—Quiero ser libre —le digo a la chica.
Cruzó sus piernas en torno a mí, me abrazó y me susurró su nombre y lo único que yo puedo hacer es sujetarme a él, sabiendo que es el último bastión de mi cordura.
Dios, dame una noche de sangre y fuego. Permíteme ser el azote de mis enemigos. Dame la fuerza que necesito para reducir a escombros todo lo que se interponga entre un final feliz y yo.
Pero ahora, dámela a ella.

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