Viejos Conocidos

Bajaron de los carros con sonrisas de tiburón, deletreando el nombre del juego. Era la hora de levantar las manos y cerrar la boca.

¿Alguna vez has estado en la morgue de Nueva Noir?


Es el peor lugar en el qué conseguir descanso eterno. Hay tantas víctimas semanales que muchos cadáveres paran en el suelo, apenas cubiertos con una sábana, unos junto a otros, desnudos y amarillos. En los días de tormenta, la lluvia se filtra por el techo y forma charcos bajo la incolora luz blanca. La gente suele imaginarse el infierno como un desierto de llamas, con almas gritando de dolor entre la arena. Partiendo de mi experiencia, el infierno es frío, incoloro y con goteras. E hijos de puta como los que nos apuntaban lo mantienen lleno, una bala a la vez.

La chica, levantando las manos, se pegó a mí para darme una caricia con su cabello. Los matones cargaban automáticas, de las que halas el gatillo y disparas tres veces. Uno de los sangrones abrió la portezuela trasera del vehículo más cercano. Me ordenó que subiera.

Es difícil pensar cuando tu futuro inmediato depende de los designios de una mugre que no merece respirar el mismo aire que tú. Así que hablé sin pensar demasiado, mientras todavía tenía tiempo.
—Dejen que ella se vaya. Me quieren es a mí.
El otro copiloto se le aproximó, su pistola levantada en ángulo torcido. Seguro que cree que eso le hace ver “de la calle”

La estudió como un sabueso estudia a su presa. Ella, acostumbrada a intimar con hombres que la asqueaban, permaneció inmóvil, con su respiración vuelta una breve nube de vapor bajo la noche.

—¿Quién es esta perra? —preguntó Copiloto Dos.

Encogí los hombros.

—Una fulana que conseguí en la calle —dije—. A ver si me ayudaba a liberar la tensión.

Copiloto Dos estalló en un arranque digno de su bajeza. La sujetó del cabello, halándoselo, pegando rostros.

—¿Qué vamos a hacer contigo, ah? —murmuraba— Yo quiero que me digas, ¿qué vamos a hacer contigo?

Mi señal para distraer la atención. Miré a Copiloto Uno.
—¿Quién los mandó, El Dandy?
Cuando respondió, lo hizo sacudiendo su pistola en el aire.
—Ese no es problema tuyo. Móntate en esa mierda y cállate.

Acepté y entré en el carro, mirando de reojo cómo Copiloto Dos decía un par de frases más al oído de la chica, y la tiraba al suelo. De rodillas sobre el asfalto, levantó la cara con apenas una mueca de dolor. Me miró a través de la ventanilla, asustada y preocupada. Por lo menos ella estaba fuera de esto. Me tenían a mí para hacer lo que quisieran, pero ella estaba a salvo. El pensamiento me ofreció pequeño confort.

Los carros se pusieron en moción, uno detrás del otro. Tenía a un idiota armado a mi izquierda y dos al frente, en los asientos delanteros. Que me mantuvieran con vida no quería decir que me dejarían ir al final. Aunque cientos de personas habían sido secuestradas así para llevarlos a cajeros en los qué dejar sus cuentas bancarias vacías –donaciones a los asaltantes-, este no era uno de esos casos. Atravesamos las vías de Carny Island hasta Redford. Las palmas me sudaban. Las piernas me temblaban. Una boa del tamaño del monstruo del lago Ness había hecho nido en la boca de mi estómago. Pero me esforcé en mostrarme sereno, porque lo último que necesitas cuando un imbécil te apunta, es ponerlo nervioso con tu miedo.

Paramos por fin frente a un club nocturno, aunque cuando entramos no lo hicimos por el frente, sino por la puerta del personal. La adrenalina me empezaba a fluir por las venas y mis sentidos estaban alerta a una posible escapatoria. Si estos mediocres venían a ejecutarme en este cuarto, era mi deber anticiparme y permanecer con vida.

Me requisaron por enésima vez, para empujarme dentro de una oficina. Era un escritorio que evocaba los tiempos de la depresión y el tráfico de alcohol: funcional, gris, con una planta falsa creciendo en una esquina. Tras el escritorio y frente a un vaso de licor de bronce, una cara conocida que no mejoró el sentimiento en el aire.

—Matthew Stark —dijo John Huston—. Tengo que decir que esta vez es un placer verte.
Me señaló con una mano al asiento frente a él. Tratando de sacarle sentido a la farsa, me senté.
—Mírame, Matt. Soy un hombre nuevo. Soy la evidencia de que sí existe redención en nuestro sistema. Dirías que este es un negocio inmoral por tener a bailarinas exóticas, pero trato a mis chicas muy bien. Ellas se ganan la vida a su modo, yo al mío, una relación ¿cómo le dirías? “Simbiótica” Simbiótica. Eso se me pegó de mis lecturas nocturnas, cuando le pagaba mi deuda a la sociedad. Soñé mucho con este momento, ¿sabes? Sobre todo después de que salieron a luz las asquerosidades que tú hacías y dejaste de ser el niño dorado del pueblo. Soñaba con el momento en que me vieras con mi collar de oro desde tu charco en la mierda. Los papeles se han invertido, la vida sí tiene sentido del humor. Pareces nervioso, Stark, ¿no quieres que te pida un trago?

Entrecrucé los dedos.

—No —dije.
John se reclinó en su asiento. Un sultán moderno.
—Tú te lo pierdes. ¿Sabes? Cuando me levanté hoy pensé que las cosas no podían ir mejor. Me casé con una de mis empleadas, abrí otro club, invierto en bienes raíces y tengo el respeto de mis vecinos. Bueno, en el almuerzo me llaman al celular. Raro, porque todos mis amigos saben que me molesta que me interrumpan la comida. Nunca atiendo a esos inoportunos, no sé por qué hoy lo hice. ¿Y quién es? Uno de mis viejos amigos contándome que un tipo muy parecido a Matthew Stark se está hospedando en su hotel. Por supuesto que le pagué a ese colega por su aporte, así, sin comprobar si eras tú o no. Dirías que creo en la buena fe de los demás.
—Sí, John, mira, te voy a contar algo, ya que estás en ánimo parlanchín: me pone de muy mal humor que me apunten con un arma. Si uno de tus gorilas vuelve a señalarme con una pistola, ese paraíso en el que dices vivir se terminará.

Alzó las cejas.

—Caramba, qué hombre tan valiente.
Como un elefante, se irguió con una parsimonia que rayaba en dificultad. Había subido de peso desde nuestra última vista.
—¿Sabes cuánto tiempo pasé preso, Stark? —se inclinó sobre el escritorio, mostrándome los dedos estirados de su mano— Cinco años. Cinco putos años. Cuando pasas tanto tiempo tras las rejas, el mundo se olvida de ti. Sales a unas calles que ya no son las tuyas y la alta sociedad no quiere codearse con un ex convicto. Mi ex mujer se casó y mi hijo no quiere verme. Perdí el título de jurista ¿y todo por qué? ¿Porque le serví a mi cliente en mi sagrado deber?

Me froté la nariz con el dorso de la mano, santiguándome contra el imperceptible olor a petulancia.
—Ayudaste a tu cliente a lavar dinero, John —contesté—. No eras muy buen abogado. Además, siempre me caíste mal.
Sonrió.
—Me gusta tu estilo, Starky. “Humor seco” es que se llama, ¿no? No todo el mundo lo logra, pero a ti te sale natural. Mira, Matt, ¿te acuerdas de qué fue lo que te dije cuando me sentenciaron?
—No.
—Ahí está otra vez. Un comediante —se sacó una pistola del abrigo—. Te juré que me las ibas a pagar. Parece que estoy de suerte, porque el rumor en la calle las últimas horas es que un par de peces gordos quieren tu sangre. Ah, sí, se me olvidaba contarte: después de que mi amigo me contó que estabas de visita, le avisé al Ruso y a El Dandy.

Parándose junto a mí, me colocó el cañón a quemarropa en la cabeza.

—Conseguirán a un cadáver —dijo—. No les importará, siempre y cuando esta vez permanezcas muerto.
Era la segunda vez en la noche que me apuntaban sin que yo pudiera retornar el favor. En esta ocasión, las cosas fluirían distintas. Tenía una sola oportunidad para actuar y ya que estaba aquí, podía arrancarle una respuesta o dos al hombre gordo.
—Lo que te dije sobre apuntarme, John.
—En serio, eres un tipo---

Imitando al volcán en erupción, me incorporé de golpe, en un único ataque contra un tipo con dos veces mi musculatura. No había tiempo para pensar. Contaba con una sola oportunidad y si la fallaba, la historia terminaría sin respuestas, conmigo en una fosa común.

Dentro de la oficina rugió un disparo.


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