A veces tengo pesadillas.
En ellas, los pistoleros abren fuego, pero esta vez nadie viene a socorrerme. Me quedo tirado en el pavimento, escuchándolos irse, me voy poniendo frío y no tengo fuerzas para gritar por ayuda. Suelo levantarme entonces, cubierto en sudor, asombrado por la capacidad de la mente humana para recrear emociones que vives luchando para olvidar.El sueño es una muerte corta y la muerte un sueño largo.

Los fantasmas de esos tiempos volvían con el viento que acariciaba mi rostro, navegando por un sólido río de asfalto. En aquellos tiempos, sentí mucha rabia, mucho dolor, pero nunca miedo. El miedo era para los que sabían que yo iría por ellos.
Antes de todo esto, yo nunca había matado a un hombre. Siete disparos más tarde, te encuentras frente a un abandonado parque de diversiones, moviéndote entre las sombras y los susurros, chequeando si tu beretta está preparada para iniciar un discurso elocuente. Sientes más pena por el hombre que fuiste, que por los muertos que vas a dejar. Preparándote mentalmente, te repites que esto es sólo el paso que tienes que dar para volver a tener una vida tranquila, que nada de lo que vayas a hacer es personal, a sabiendas de que así terminará siendo de todas maneras.

Me guié con un sexto sentido, un olfato que terminas desarrollando cuando has vivido entre la escoria lo suficiente. En la casa de los espantos. Entro por una escotilla en el techo, respirando lentamente por la boca, oyendo el rumor de conversación no demasiado lejos.
—¿En serio nunca has jugado ese juego? —decía uno de los jóvenes parásitos— Es muy bueno. Vas matando tipos y tienes un botón para poner el tiempo más lento, a lo Matrix.
—A mí no me gustan los jueguitos.
—Pero es que este es casi una novela, es…
Los pude ver perfectamente, desde mi palco en los andamios que recorrían el techo. Tres tipos, jóvenes, un maletín al pie de uno de ellos. Cerré los ojos y traté de visualizarlos de nuevo no como personas, sino como siluetas, blancos que debía eliminar cuando los rusos hicieran su aparición.
Bang.
Esperando con la adrenalina fluyéndome por el cuerpo me era imposible reconocer lo arquetípico de aquella situación. Ahí estaba yo, un pistolero fantasma de frases duras, sediento de venganza en un parque abandonado donde un negocio negro va a suceder. Los estereotipos existen por una razón.
—¿Escuchaste lo que pasó en El Cordero? —dijo uno de los idiotas.
—No.
—Un cabrón fue a cobrarle cuentas pendientes a Patrick. Le ha roto la cara a puñetazos y las putas lo dejaron tirado en el suelo, ahogándose con su propia sangre.
—¡Ja! Por eso es que no confío en las zorras.
—Ese Patrick nunca fue santo de mi devoción —dijo el que parecía mayor—. Tenía un sentido del humor infantil y las putas de El Cordero eran casi siempre niñas que él había manipulado y sometido. Si a mí me preguntan, ese tipo se merecía lo que le pasó.
—¿Pero no deberíamos vengarlo? Era uno de los nuestros.
—Yo nunca tuve nada en común con ese.
—O sea, ¿qué tal si el que le hizo eso terminara viniendo por nos---
—Shhh, ahí vienen los rusos.
Los pasos retumbaban como los latidos del corazón de un cíclope. De los brazos de las sombras, cuatro tipos trajeados entraron. Dos de ellos cargaban armas largas, enfocando automáticamente la atención de mi pistola.
—¿Tienen la plata? —preguntó un ruso.
El mayor levantó el maletín a sus pies.
—Aquí está. ¿Y las armas?
—Las tenemos en un lugar seguro que les revelaremos en una llamada, tan pronto nos hayamos marchado de aquí con ese maletín.
El mayor miró a los dos hombres armados.
—Eso no era lo que teníamos acordado.
—No, claro que no. Los planes cambiaron.
Los dos hampones jóvenes empezaron a mirar a los lados, a cruzar los brazos, a sudar nerviosos. Ahora o nunca.
Estaba corriendo por los andamios antes de que los cuerpos de los dos rusos armados cayeran al suelo. Los otros dos rusos desenfundaron y le dispararon a los tres tipos frente a ellos. Sólo el mayor se dio cuenta de que yo estaba ahí. Miraba en mi dirección cuando se le doblaron las rodillas y cayó al suelo, apretándose con las manos un disparo en el abdomen. Para cuando los dos rusos se dieron cuenta de que yo era el que disparaba, se les había hecho demasiado tarde.
Bajé de mi frágil cuna metálica y anduve entre el caos, la beretta atenta al menor movimiento. Lo más cercano que yo tenía a un amigo en la escena era el hampón mayor, que apretaba unos dientes de sonrisa rosa. Al verme, buscó dentro de su chaqueta con una mano. Le disparé en una rodilla.
—Espero que comprendas que si te quisiera matar, ya lo habría hecho —dije—. ¿Quién es tu contacto para negociar con los rusos?
Me miró, frunciendo el ceño, sustituyendo en su mente el dolor con reconocimiento.
—No jodas —dijo—. Eres Matthew Stark. Hijo de puta, estás muerto. Estás muerto.
—También tú —me puse en cuclillas junto a él—. Qué bueno que tenemos algo en común. Dime lo que quiero saber.
El caliente cañón de la beretta lo besó en una mejilla.
—No lo sé —dijo.
—Pero si íbamos tan bien ¿y me vas a mentir así? Qué decepción.
Amartillé la pistola.
—¡Te lo juro, Stark! ¡Por dios, maldito loco de mierda!
—Seamos amigos. Seme sincero.
—¡Yo no hago ningún negocio! Todos los hace el jefe. El jefe es el que nos envió acá.
—Asumo que con “el jefe,” te refieres a El Dandy.
Asintió.
—Él y el ruso maniático lo controlan todo.
Le saqué la pistola de dentro de la chaqueta.
—Ya no necesitarás esto —dije, dándome la vuelta.
Su disparo en mi espalda vino en la forma de una risa débil de aire, una frase que me acompañara de ahora en adelante.
—Idiota. Maldito puto idiota. ¿Crees que puedes matar a El Dandy tú solo? Se alegrará de recibirte y terminar lo que empezó hace tanto.
Me detuve. Y yo que tanto quería tener la última palabra.
—¿Qué quieres decir?
—El Dandy fue el que te mandó a matar, estúpido.
—No. Fue el ruso. Gulachnoff.
Rió y tosió sangre.
—¿Es que no lo sabes? Vas matando tipos a medida que van llegando, ¿no? Ahora tienes a El Dandy y al ruso en tu lista negra y no sabes por cuál ir. Yo moriré en poco —tosió—, pero eso no es nada comparado con lo que cualquiera de ellos te hará. Ruega que no se unan contra ti.
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